Ante el fuego descontrolado, los animales huyen hasta los caminos y zonas urbanas, donde son presa de cazadores furtivos, otros sufren de sed o mueren buscando agua en pantanos agrietados y secos.
Los incendios forestales no solo han arrasado con más de 4 millones de hectáreas en el país, sino que también acaban con la vida silvestre. Ante el fuego descontrolado, los animales huyen hasta los caminos y zonas urbanas, donde son presa de cazadores furtivos, otros sufren de sed o mueren buscando agua en pantanos agrietados y secos.
Los bomberos que no solo luchan contra el fuego, también enfrentan la dolorosa tarea de rescatar a los animales heridos. Sin embargo, el sufrimiento es doble cuando los encuentran calcinados, algunos petrificados en posiciones agónicas, con las patas extendidas hacia adelante, como si hubieran intentado escapar hasta el último segundo antes de ser alcanzados por las llamas.
En el Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) San Matías, la situación es crítica. Dos complejos de incendios siguen ardiendo sin control, en Santo Corazón y Rincón del Tigre. «Sigue ardiendo el ANMI San Matías. El fuego es inmenso», advierte con preocupación el guardaparque Ricardo Barbery, mientras aguardan la llegada de apoyo aéreo que permita contener el desastre.
En la zona de Candelaria, el panorama es desolador. Árboles carbonizados y tierra quemada dominan el paisaje, mientras los guardaparques trabajan incansablemente para socorrer a los animales que han sobrevivido. Pero ahora, estos seres sufren por la escasez de agua porque sus fuentes están secas. Con el apoyo de Ríos de Pie tienen previsto desplegar cisternas este fin de semana hasta lugares estratégicos para abastecer de agua a los animales silvestres, porque “ya algunos están muriendo de sed”, dice Barbery.
«Vamos a recorrer las zonas de Candelaria y San Fernando, donde no hay agua, ni siquiera agua potable para la gente», explica Barbery. Su misión es vital: adentrarse entre 40 y 60 kilómetros dentro del ANMI, hasta los salitrales y otras áreas donde los animales salen a buscar agua.
Barbery describe la situación como una verdadera catástrofe ambiental, ya que cuando recorren la zona encuentran tortugas, lagartos y otros animales calcinados en medio de ramas también carbonizadas.
Los guardaparques están pendientes que “nadie ingrese a cazar” y pide que la gente tenga compasión con los animales, porque hay personas que están aprovechando esta situación para cazarlos o capturarlos.
“No son comunarios ni gente del lugar, son personas que se están desplazando en camionetas”, denunció Barbery, al pedir que la Policía haga un control por las rutas cercanas a San Matías, porque han circulado videos de cazadores matando lagartos por la zona. “Ni las comunidades hacen eso”.
Los guardaparques también se esfuerzan por cuidar el hábitat de las parabas azules, únicas en la zona. En San Fernando pelearon día y noche contra el fuego para resguardar el motacusal de San Fernando, de unas 500 hectáreas, donde anidan estas aves.
Los bomberos también continúan con su incesante labor de aplacar las llamas. Desde tempranas horas de la mañana, los equipos de voluntarios, en conjunto con brigadas de diferentes instituciones, se adentran en el corazón del fuego, armados solo con su valentía, herramientas rudimentarias y su incansable deseo de proteger lo que queda de nuestros pulmones verdes. «Es un trabajo agotador, pero no podemos permitir que el fuego nos gane», afirma Gustavo Rojas, que forma parte de un grupo de bomberos en Concepción.
Los bomberos no solo sufren el desgaste físico, sino también el emocional. Ver cómo las llamas devoran hectáreas de bosque, dejando cenizas y destrucción, es una carga difícil de llevar. La comunidad los llama héroes, pero ellos prefieren no llevar ese título. «Solo hacemos lo que tenemos que hacer», dice con humildad, mientras se preparan para regresar al campo de batalla.
Las jornadas extensas de labor y el calor sofocante no es lo único que los abruma, también sufren por la devastación. Pero, no hay tiempo para detenerse. “Uno piensa en las familias, en las comunidades que estamos protegiendo y eso nos anima a caminar cuatro, cinco y seis horas para llegar hasta las líneas de fuego”, donde muchas veces tienen que hacer brechas para evitar que el fuego avance.
Valoran el apoyo de los comunarios que ayudan, muchas veces solo con machete en mano como única herramienta.
Fuente: El Deber